En tiempos coloniales, era muy fácil capturar un mono. EL cazador salía por la selva, hallaba un coco maduro, le hacía un orificio del tamaño del puño del mono. Una vez que se deleitaba con su jugo y la fruta, amarraba el coco vacío a un árbol usando una soga fuerte, colocaba una banana dentro y se iba. El cazador sabía que un mono encontraría el coco e intentaría extraer la banana y que el hoyo era lo suficientemente grande para que entre la mano del animal, pero de ningún modo podría sacarla sujetando la fruta.

Para cuando el cazador regresaba, el mono estaba exhausto tras varias horas intentando extraer la banana. Al ver al cazador aproximarse, incluso el mono se esforzaba más. Todo lo que necesitaba hacer para escapar era soltar la banana, sacar su mano y salir corriendo.

¿Acaso lo hacía? De ninguna manera, porque el mono siempre pensaba: “¡Esta es MI banana! ¡Yo la encontré y es mía!”

Y así era como los monos eran capturados.

También es como los humanos son capturados

¿Cuántas veces nos quedamos aferrados a una situación, una idea o pensamiento, un trabajo, una relación o un ser querido que ya no está?

Mientras, las oportunidades pasan, la vida pasa y nos quedamos atascados en el mismo lugar, deseando que las cosas fueran diferentes… aferrados como el mono a la banana.

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