18 años después de su primer viaje a Vietnam, Fernando reencuentra a la niña que fotografió en 1996 en Sapa.
Un viaje mágico concluye una vez más. En mi memoria perduran fotografías de paisajes sublimes, templos majestuosos de civilizaciones gloriosas; mi paladar aún saborea los perfumados platos orientales, algunos con ají picante que es como un pellizco que contrasta a la ilusión y el recuerdo. Mis oídos aún están vibrando por las melodías apsara: timbales que acompañan los tradicionales bailes de la región en la que presiento he vivido en una vida anterior.
Estas experiencias se repiten en cada viaje casi sin excepción. Sin embargo, los hitos suelen ser los momentos compartidos con nuevos y viejos amigos así como las sorpresas que depara el camino, esas que emocionan y reafirman el regalo que es estar vivo. La magia del despliegue se exacerba cuando resulta un claro acuse de recibo de la encomienda que lleva mi nombre y el remitente es el destino. ¿Cómo explicar sino lo que a continuación comparto?
En 1996 visité por primera vez Vietnam. Sapa resultó mi lugar favorito en aquel país. Sus paisajes nubosos en las alturas (1.500 msnm), las vertientes por los caminos de ripio y los arrozales en el verde mes de julio me resultaron bellísimos. Lo que más selló mí memoria fue los habitantes de coloridos y exóticos atuendos, grandes aretes y collares distinguidos. Especialmente las pequeñas niñas con sus hermanas menores cargadas en su lomo andando por las colinas con la liviandad de quien camina a la despensa de la otra esquina.
Pasarían 18 años hasta regresar a Sapa en el 2014 un viaje grupal de Shantitur. Al promocionarlo, exhibía las antiguas fotos aduciendo que iría en busca de las niñas que me habían cautivado.
Todos los domingos se desarrolla un mercado dominical en el pueblo de Bac Ha, a 3.30hs. de Sapa. Me encontraba comprando unas artesanías cuando de reojo me pareció vislumbrar a una de esas niñas convertida en mujer. ¿Sería posible que fuera ella y se apareciera así entre la abultada muchedumbre? Me quedé inquieto al haberla perdido de vista, no obstante, momentos después pasó a mi lado y la detuve.
Por suerte hablaba inglés, lo que resultó fundamental para poder conversar. Tenía treinta y un años y se había vuelto guía local. La niña de mis recuerdos difícilmente tuviera más de nueve, sin dudas no aparentaba 13 años. Las matemáticas no cerraban pero algo me decía que era ella (niña del centro de la foto).
Lamenté no tener su foto conmigo y así me conformé con el beneficio de la duda, la ilusión de una gran historia…
¡Si pides algo, más vale que estés listo para recibirlo!
Este año, 2015, regresé al mercado determinado a encontrar a la enigmática mujer y así pues, fui preparado. Puse esas fotos en mi teléfono móvil y me entregué a las calles de Bac Ha. A decir verdad no la busqué, apenas me zambullí en esas fascinantes escenas que son un deleite para la fotografía. Al fin y al cabo, la primera vez tampoco la había buscado. Sin embargo, esta vez la mujer no apareció.
Al día siguiente fuimos a caminar por las aldeas Lao Chai y Ta Van, de la etnia Hmong Negro. El tiempo todo lo cambia. Si bien los pueblecitos conservan bastante de su aspecto de casi 20 años atrás, las mujeres desarrollaron el fastidioso hábito de perseguir incansablemente a los visitantes para vender sus artesanías.
No es tan grave si uno se entrega al juego, si va sabiendo que al fin complacerá a algunas de ellas. Claro, mejor no hacerlo hasta el final, sino otra insaciable dama podría tomar su lugar y en ese caso a uno nunca lo dejarían caminar en paz.
foto del grupo de Shantitur por los senderos de Lao Chai – Ta Van
Luego de comprar un par de suvenires, intentaba (fútilmente) explicarles que yo era habitué en la zona y tenía cantidad de tejidos. Dale Carnegie decía “dramatiza tus ideas”. Así pues, tomé mi teléfono para mostrarles la foto de mi primera visita.
Aproveché para preguntarles si acaso reconocían a alguna de esas niñas, puntualmente a la que yo presumía haber encontrado.
-¡Es My!- dijo una de ellas llamada Lili.
Al decir verdad, yo no me acordaba cómo se llamaba la mujer pero al escucharlo recordé que se trataba de un nombre corto. Entonces le mostré la foto del año pasado.
-¡Sí, es la misma!
-¿Estás segura?- pregunté
-Es la esposa del hermano de mi marido. Vive en un pueblo a una hora de aquí.
Estas mujeres caminan todo el día y miden la distancia según el tiempo a pie. Le mostré las demás fotos y no reconoció a nadie más, sólo a My.
¡Vaya! ¿Sería posible que una vez más el destino me pusiera delante de mis narices a esta mujer? ¿por qué? ¿para qué?
Año y medio atrás Micaela, mi amiga tana, me había dicho: “ya no te veas como un buscador sino como un “encontrador”.
Y así es, el que busca no siempre encuentra y el que encuentra no necesariamente busca. Es una sutil cuestión de intención más que acción.
Lili, que ya nos acompañaba desde hacía rato, aceptó continuar con nosotros hasta la siguiente aldea y esperarme a que almuerce. La invité a compartir la comida pero ellas no estaban autorizadas a entrar allí con los visitantes.
El grupo regresó al hotel y yo me quedé con Lili. Conseguimos un taxi-moto para que nos lleve a la aldea y me espere para dejarme luego en Sapa.
Subí al vehículo y a mis espaldas se sentó Lili con su gran canasto. La moto-taxi -al mejor estilo oriental- parecía una moto-bus.
El avezado conductor atravesó los sinuosos caminos cuesta arriba y luego de 10 minutos de hermosos paisajes de montaña llegamos a la aldea.
Caminé unos cien empinados metros. Lili mencionó algo que no logré entender y me quedé allí de pie. A los 5 minutos escuché unos pasos. Lili dijo algo y enseguida apareció una mujer caminando. Al principio no logré identificarla pero al igual que las pupilas precisan de unos segundos para acomodarse ante un cambio abrupto de luz, lentamente fui reconociendo a la mujer con la que había conversado un año atrás. Ella dijo inmediatamente:
-No me acuerdo de ti, yo conozco a turistas todo el tiempo.
-¿Recuerdas que nos vimos hace un año en Bac-Ha? Te conté que había estado en Sapa 18 años atrás…
-¡Oh, sí, sí… mencionaste que me habías conocido de niña!
-Exactamente
Así, unos momentos después nos dirigimos a su hogar y mientras conversábamos encontramos a su hija de 9 años. Ella me la presentó y luego entramos los tres a su casa. La sala apenas contaba con una mesa y sillas. Recibía la luz tenue del exterior.
Ya no podía esperar un momento más. Tomé mi teléfono y busqué las dos fotos.
Las observó un instante. Sus ojos se abrieron y con emoción me miró y dijo:
-¡Soy yo!
Me quedé sin palabras. Al igual que en una película, en un instante fugaz repasé todos los sucesos hasta ese momento y me resultaba impresionante estar allí con una mujer que había conocido 19 años atrás. Verla, reconocerla y re encontrarla resultaba propio de una novela hollywoodense.
Me convidó un té. Entre sorbos tomamos unas fotos y conversamos.
Me contó que tiene 3 hijos y un marido que su madre eligió cuando quedó viuda y ella tenía 16 años, edad en que la mayoría de las niñas contraen matrimonio. Su madre precisaba ayuda económica y casar a su hija era la solución pues recibiría una dote y además habría un hombre que le ayudaría. Realmente My nunca se enamoró de aquel señor, si bien al año de estar casada un chamán ayudó a que ella le aceptara. Rato después llegó su esposo y su hija menor. Me sorprendió que casi no le habló.
My enseñando las fotos a sus amigas
Al día siguiente nos vimos en el pueblo unas horas previas a nuestra partida grupal hacia Lao Cai. Para mi sorpresa, My vino con su prima Mai que es la otra niña de la foto.
Le entregué varias fotos impresas del día anterior junto a las del siglo pasado. ¡Vaya! así realmente suena como un tiempo muy remoto.
El hijo de My sufría de una enfermedad congénita y con sus 14 años tenía la contextura física –así como varios aspectos más- afín a un niño de 8 años. Ella lo llevó para que lo atienda Juan Carlos, excelso médico con abordaje holístico. El diagnóstico fue esperanzador y el trabajo que realizó junto con Guillermo y Pedro sin dudas estaba marcado en la cita del destino, pues estos jalones están en la agenda universal al servicio del Dharma y para la liberación de Karma.
My regresó con nosotros a Lao Cai para ayudarnos con la gestión de comprar unas bicicletas para donar a la escuelita rural, una hermosa iniciativa que había tenido uno de los integrantes del grupo y que luego halló gran repercusión entre los demás. Resultó ser la misma escuela a la que asistía la hija de My, por consiguiente, ella se aseguraría de hacer llegar la donación.
Tan sólo 24hs. después My nos envió la foto. ¡Los niños estaban muy felices!
Si acaso me preguntaran si creo en las casualidades, sin dudas diría que no. Creo que hay acuerdos pre natales, tareas que cumplir y para eso tenemos una voz, un susurro interior que nos guía cuando la mente está atosigada con sus pensamientos. No es necesario entender por qué ni para qué pasa lo que pasa. Tan sólo hacer lo que dicta la conciencia.
Somos como una telaraña, una gran red. Tirando de un hilo se mueven infinidad de otros hilos y así, el alcance de nuestras acciones resulta inconmensurable. Nos vamos transformando en esta danza de la vida en la que participamos todos y cada uno. Funcionamos como un puente para conectar a otros y en ese devenir surcamos puentes que alguien ha tendido.
Me resulta emocionante como cada uno fue contribuyendo para que esta experiencia grupal resulte un dar y recibir constante.
A partir de entonces, cada viaje de Shantitur que visitamos Sapa, My fue nuestra guía. Compartimos un té en su casa junto a sus historias de vida, esas que sólo te cuenta un amigo.
“Si quieres ir rápido, ve solo. Si quieres llegar lejos, ve acompañado”
Proverbio africano